Historia de las fallas

Hacia mediados del siglo XVIII, las fallas eran un simple festejo incluido en el programa de actos típicos de la fiesta de San José (19 de marzo). Al amanecer del día 18 en algunas vías urbanas aparecían peleles colgados en medio de la calle de ventana a ventana, o pequeños tablados colocados junto a la pared, sobre los cuales se exponían a la vergüenza pública uno o dos muñecos (ninots) alusivos a algún suceso, conducta o personaje censurables. Durante el día, los niños y adolescentes recogían material combustible y preparaban pequeñas piras de trastos viejos que también recibían el nombre de fallas. Unas y otras eran quemadas al anochecer de la víspera de San José congregando en torno a la hoguera una amplia participación popular.

Al día siguiente era día de media fiesta y los carpinteros y los valencianos devotos acudían a los templos parroquiales para festejar a su patrono. En muchos hogares se celebraban fiestas onomásticas en las que se agasajaba a los Pepes con tortas, buñuelos y anís. En suma, una fiesta popular y vecinal.


La primera documentación con la que contamos sobre las fallas, es un oficio del 13 de marzo de 1784 que está en las Cartas Misivas del Archivo Municipal de Valencia , y que va dirigido al corregidor de la ciudad de Valencia para que prohibiera la colocación de los monumentos (especialmente los de tipo teatral) en las calles estrechas y junto a las fachadas de las casas. Como consecuencia de estas medidas de policía urbana (prevención de incendios) se obligaba a los vecinos a plantar fallas en las calles anchas, en los cruces de calles y en las plazas. Curiosamente, sin pretenderlo, una simple medida como ésta provocaría, a la larga, una importante transformación. Aunque las fallas seguían manteniendo una estructura horizontal y teatral en dos cuerpos (un tablado y una escena sobre el mismo), al colocarlas en el centro de una calle o plaza era preciso concebirlas de forma exenta, puesto que podían ser rodeadas. Para verlas en su totalidad, había que darles la vuelta, y al liberarlas de su anexión a una pared, se liberaron también nuevas potencialidades constructivas y la necesidad de inscribir mensajes en todos sus lados.


Antorchas, hogueras, peleles y entablados durante mucho tiempo recibieron el nombre de fallas, pero progresivamente se fue restringiendo el uso de esta denominación para referirse a las piras satíricas, es decir a aquellas que sobre un tablado exponían a la vergüenza pública los vicios o prejuicios imperantes. Eran estas fallas las que suscitaban expectación cada año y las que la población acudía a visitar masivamente. Consistían en una estructura prismática, generalmente cuadrangular, con armazón de madera, recubierta ornamentalmente con bastidores pintados, con lienzos o con paneles que ocultaban los materiales combustibles amontonados a su base. Los ninots o figuras que aparecían en el escenario se vestían con telas o ropas viejas. Estas fallas satíricas, al igual que els miracles de Sant Vicent, se acompañaban siempre de unas hojas de versos que, colgadas como pasquines en las paredes próximas o en los bastidores del pedestal, desarrollaban la rimada del tema que se escenificaba en la falla. Lo que en un principio era obra popular fue complicándose uniéndosele, a principios del XX, pintores y escultores alentados por los premios que Lo Rat Penat estableció en 1895 y que a partir de 1901 asumiría el Ayuntamiento de Valencia. Los artistas falleros formaron su Gremio y su arte se ha diversificado (decoradores y escenógrafos en multitud de películas de Hollywood como La caída del Imperio Romano, Lawrence de Arabia, 55 días en Pekín, El Cid…; carrozas de Carnaval; parques infantiles ciudades japonesas, alemanas o norteamericanas o para el valenciano Terra Mítica; fachadas para lujosos casinos de Nueva Orleans…)



A Mediados del siglo XIX, al imprimir estos versos y editarlos en pequeños pliegos, dieron origen al llibret y, en consecuencia, se amplió considerablemente la posibilidad de desarrollar el argumento.



Se tiene noticias de las fallas en 1751, 1783, 1789, 1792, 1796 y 1820. Pero el espíritu crítico contra autoridades y clero, provoca su prohibición en 1851, aunque desafiando a la autoridad fueron plantadas. En 1883 el Ayuntamiento estableció un impuesto de 30 pesetas por falla, solo se plantaron 4, el impuesto aumentó a 60 pesetas en 1885 y únicamente se alzó una, la de la calle Cervantes; en 1886 la ciudad se quedó sin fallas. Félix Pizcueta, encabezando un grupo de concejales, en 1.887 fuerzan al Alcalde a que derogue aquella disposición, rebajando la tasa a 10 pesetas. La reacción fue inmediata y ese mismo año se plantaron 29 fallas, que han ido aumentando hasta hoy.



La primitiva estructura fue frontal, recordaban una escena de sainete; la intención, el humor, dominaba sobre la realización y la estética; y próximas o apoyadas en la fachada de las casas, se tenían que desplazar al centro de la vía cuando se les iba a prender fuego.



La realización de una falla es larga y compleja: primero hay que realizar un boceto, después se realiza la maqueta a escala que visualiza en tres dimensiones el desarrollo de la idea y por último, la construcción y el montaje (primero la carpintería, luego el modelado y finalmente la pintura). Toda esta elaboración para presentar la obra gigantesca en la calle, en ocasiones presupuestada hasta en más de ciento 600 mil euros.

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